No podemos dejar que los demás nos arrastren hacia sus tormentas. ¿Por qué?
Con este ejemplo lo vamos a entender muy bien:
-Si alguien llega hasta ustedes con un regalo y ustedes no lo aceptan, ¿a quién pertenece el obsequio?
-A quien intentó entregarlo- respondió uno de los alumnos.
-Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos -dijo el maestro-. Cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a quien los llevaba consigo.
Cada persona da a los demás lo que posee por dentro, sea o no agradable. Eso no quiere decir que sean ellos los que nos dañan, sino que somos nosotros los que damos validez a sus opiniones y acciones. En otras palabras, no existen las ofensas sino los ofendidos.
Nuestra arquitectura interna tiene armas para defenderse de los ataques y tres de las más poderosas son estas: tomar distancia, comprender y saber ignorar lo irrelevante.
Asimismo, no es quien nos hace daño sino quien replica ese mal miles de veces. Podemos dejar que las palabras se las lleve el viento o que, por el contrario, permanezcan en nosotros. Creo que nadie tendrá duda de qué es lo que nos satisface más.
Tienen una habilidad especial para el enfrentamiento y parece que buscan conflictos con sus pensamientos, opiniones, emociones y comportamientos… Su conflictividad nos genera un gran malestar y además interfiere en nuestra tranquilidad.
A lo mejor, no es algo personal contra nosotros, sino que es posible que estén lidiando una gran batalla consigo mismos. Al fin y al cabo, como dijo Gandhi, una persona en guerra consigo misma es una persona en guerra con el mundo entero.
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